Romance de Tomás de Iriarte

En que se describe un ridículo baile casero


Cierta dama, en cierta calle,
cierto día, a cierta hora,
da cierto baile, que tiene
cierto aire de sinagoga.
En cierto empeño me veo
de pintarle en ciertas coplas,
que ayer, en cierta tertulia,
pidieron ciertas personas.
Yo no les sabré decir
si aquel es café, si es fonda,
si es feria de algún lugar,
si es Ginebra o Babilonia.
En año de carestía
la reja de una tahona,
y en vísperas de Difuntos
la puerta de una parroquia,
el patio de la comedia
al dar palmadas de moda,
y plaza de toros cuando
piden perros diez mil bocas.
Todo es una niñería,
comparado con la broma
de la que empezó academia
y ha acabado trapisonda.
La casa en que se celebra
tan solemne batahola
se ha de ganar cuesta arriba,
como se gana la gloria;
su escala es la de Jacob,
y en sus tramos, las señoras,
si no han merendado abajo,
tienen flatos y congojas.
Ni la Giralda en Sevilla,
ni el Acueducto en Segovia,
ni en San Lorenzo el cimborrio,
tanto al cielo se remontan.
Más valdrá que en adelante
con una garrucha y soga
desde la calle al balcón
suba la gente en tramoya.
Arriba hallará una sala
blanca como una paloma,
sin cuadro, espejo ni mesa,
araña, estera ni alfombra.
Cada silla es de un color,
y todas ellas bien pocas;
dichoso quien por asiento
un palmo de suelo logra.
Primero que a encender lleguen
luces en las cornucopias,
se tropezarán las gentes
como fantasmas o sombras.
Yo dije al entrar allí:
«¿Es ésta casa mortuoria,
bóveda de San Ginés,
cuarto de enfermo o mazmorra?»
Pero al empezar el baile
fui distinguiendo las cofias
de los sombreros de pluma,
y las pencas de las bolsas.
Este baile, del refresco
ha desterrado la moda;
que en él sujetan a dieta
al que mejor salud goza.
De andaluces y andaluzas
vi una grey tan numerosa,
que dudé si estaba en Cádiz
en medio de la Recoba.
Oí zalameras voces
de veinte damas ceceosas,
laz unaz ya muy gayinaz,
y laz otraz aun muy poyaz.
Allí condes y marqueses
vi con gentes de otra estofa,
y personas conocidas
con incógnitas personas.
Una dama se excusó
de asistir, diciendo pronta:
«Yo no gusto de ensalada,
salpicón ni pepitoria.»
En seis varas de terreno
quince parejas se ahogan,
por una que no es figura,
sino enigma o paradoja.
En la fila de los hombres
se colocan las señoras,
y ellos bailan, sin saber
qué compañera les toca.
Las cruces eran calvarios,
las cadenas eran sogas,
los paseos eran viajes,
las ruedas eran de noria.
La música, de italiana
sólo tenía una cosa,
que es el ser hijo de Italia
el que de ella hizo la costa.
Mas aunque dos contrabajos,
con diez violines, dos violas,
oboes, flautas y clarines,
timbales, cajas y trompas
trajese el lindo del Conde,
la música fuera sorda,
pues allí la confundieran
voces ya agudas, ya broncas.
Entre las recias patadas
contra el compás de la solfa,
sólo se escuchaban quejas
de vueltas y blondas rotas.
Y en fin, con tal pisoteo,
se tuvieron por dichosas
las damas que entrando allí
lograron no salir cojas.
 

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