Una mañana de agosto,
a su balcón asomada,
un cuenco de fresca leche
la bella Anarda tomaba.
El cuenco era blanca china,
blanca plata la cuchara,
carne muy blanca la mano,
la leche casi tan blanca.
Quedé, con tanta blancura,
más deslumbrado que estaba,
porque hasta el traje la niña
llevaba de blanca holanda.
Estábamela mirando;
en esto volvió la espalda,
y más blanco que un papel
me dejó la blanca Anarda.
a su balcón asomada,
un cuenco de fresca leche
la bella Anarda tomaba.
El cuenco era blanca china,
blanca plata la cuchara,
carne muy blanca la mano,
la leche casi tan blanca.
Quedé, con tanta blancura,
más deslumbrado que estaba,
porque hasta el traje la niña
llevaba de blanca holanda.
Estábamela mirando;
en esto volvió la espalda,
y más blanco que un papel
me dejó la blanca Anarda.