Silva de Tomás de Iriarte

No bien nace la aurora ,
cuando mis amorosas inquietudes,
que en siglos me convierten cada hora,
para sufrir de nuevo ingratitudes
me hacen dejar el lecho que aborrezco.
Desde entonces al mal de que adolezco
mi triste fantasía,
cansada de buscar otros alivios,
uno sólo procura,
cuando a exclamar me obliga: «¿Por ventura
éste que hoy amanece será el día
que la tormenta trocará en bonanza?
¿No querrán todavía
aquellos ojos que me miran tibios
animar mi perdida confianza?»
Así busco a mi pena algún consuelo
mientras el sol prosigue su carrera;
pero después que de la noche el velo
las tierras ha enlutado,
si examino mi estado,
tan infelice soy como antes era.
¡Ah, beldad hechicera!
dulce transformadora
de mi genio, costumbres, diversiones,
tareas, complexión, inclinaciones.
Mi corazón, de que hoy eres señora,
sólo al amor por ti ya se dedica,
y sus pasiones todas sacrifica.
Permite que me acuerde
de cuando yo solía, 30
de pesares ajeno,
ya reclinado sobre el césped verde
que en sus orillas Manzanares cría,
ya en el retiro ameno
del soto, cuya entrada el sol ignora,
con lira, a la verdad, poco sonora,
cantar mis pobres versos, inspirados
de musa no discreta,
pero fácil, alegre y sin cuidados...
¡Quién pudiera decir lo mismo ahora!
-He renunciado el lauro de poeta,
que sólo mereciera si mis rimas
a los remotos climas
pudiesen extender tu nombre y gloria.
Reina, reina tú sola en mi memoria,
aunque las nueve Musas ya se olviden
por las tres Gracias, que hoy en ti residen.
Acuérdome también de que algún día
el placer de la música armonía
ejerció en mis potencias tal imperio
y eficacia tan rara,
que, rendido a su grato cautiverio,
tal vez el arco con que toca Apolo
preferí al arco con que Amor dispara.
Mas ya ni un tono solo
forma en las roncas cuerdas
el tardo impulso de las flojas cerdas,
que en lo tierno y quejoso de su acento
no exprese tu rigor y mi tormento.
Propensión me debía
en otro tiempo de la esgrima el arte,
sirviéndome de guía
prudentes leyes del astuto juego,
con que adestraba Marte
de la edad juvenil el brío ciego.
Hoy la amada costumbre
de empuñar el acero olvidaría,
si para merecer la recompensa
de mi fiel servidumbre,
emplearle no logro en tu defensa.
¿Qué ha sido de aquel tiempo delicioso
en que jamás la danza divertida
a la tristeza permitió cabida
para turbar el plácido reposo
de este pecho, que dudo ya si es mío?
¿No era yo el que en estrados,
donde cien hermosuras,
sus gracias ostentando y su atavío,
los sentidos dejaban encantados,
conté por la mayor de mis venturas
que me hallase bailando sin desmayo
de la aurora siguiente el primer rayo?
Mas ya no hay para mí recreo alguno
que sin ti pueda serlo. ¡Oh, si quisiera
el destino importuno
que, más benigna por un breve instante,
una mirada tuya resarciera
los tranquilos placeres que a tu amante
en tiempo más dichoso han ofrecido
música, poesía, esgrima y danza!
Duélete, pues, al ver cuál se eterniza
con tan vano deseo su esperanza;
contempla qué pasión le martiriza;
mira los bienes que por ti ha perdido,
y luego di si es digno de tu olvido.
 

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