Anacreóntica III de Tomás de Iriarte

Algún día, Lisarda,
tuve, si bien me acuerdo,
cinco sentidos míos;
mas ya ninguno encuentro.
Los gustos que solía
recibir yo por ellos,
ni me parecen gustos,
ni aun creo que los siento.
Cinco eran bien cabales.
Responde: ¿Qué se han hecho?
Tú me los has robado;
oye de qué lo infiero.
A mi vista agradables
eran en otro tiempo
lo frondoso de un bosque,
lo florido de un huerto,
la hermosa perspectiva
de los azules cerros,
las fértiles llanuras
y el estrellado cielo.
No es ya para mis ojos
deleite nada de esto,
que sólo se deleitan
en ver los de su dueño.
¡Cuántas veces colmaron
mi oído de contento
con alternadas glosas,
con trinos y gorjeos,
al perenne susurro
de un arroyuelo inquieto,
entre las altas ramas,
los músicos jilgueros!
Mas ya, Lisarda mía,
sólo a tu voz atiendo,
cuando con una gracia,
cuando con un acento
que en el alma se interna,
que excita mil afectos,
dejas en mí indeleble
la impresión de tus ecos.
Delicias del olfato
en algún tiempo fueron
el jazmín y la rosa,
el florido romero.
Ya el olor de las flores
no me causa recreo,
cuando no huelo aquellas
que adornaron tu seno,
aquellas que tú misma
con semblante halagüeño
permites que a mi mano
pasen desde tu pecho.
Regalábase el gusto
bajo un parral espeso,
con el fruto pendiente
de los verdes sarmientos.
Ya en verano saciaba
el paladar su anhelo
con la fresa cogida
del húmedo terreno,
o ya le recreaba
en el rígido invierno
el jugo que las uvas
sazonadas rindieron.
Ningún manjar sabroso
hoy, Lisarda, apetezco,
sino aquellas finezas
que de tu mano obtengo.
Ni el licor que da Baco
ya con deleite pruebo
sino en el mismo vidrio
en que tu labio has puesto.
En fin, Lisarda hermosa,
por que veas si es cierto
que ni un sentido sano
has dejado en mi cuerpo,
ya mi tacto, que nunca
fue embotado ni lento,
para tu sexo todo
insensible se ha vuelto.
Sólo cuando tu mano
con los hoyosos dedos...
Mas ¿qué digo? Perdona,
que me engañó el deseo.
 

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