Epístola III de Tomás de Iriarte

Escrita en 9 de septiembre de 1777, respondiendo a un amigo que instaba al autor a que sacase a luz algunas composiciones


La carta en que el proyecto me sugieres
de dar a luz alguna obrilla mía,
que con benigno voto aprobar quieres,
llegó a mis manos, Fabio, el otro día;
cuando me levantaba cabalmente,
no con el entusiasmo y alegría
que en ciertos ratos un poeta siente,
sino con mal humor, melancolía,
severo enojo y tedio impertinente.
La imagen del descrédito, disgustos,
persecución, abatimiento y sustos,
que un miserable autor aquí tolera,
se me ofreció tan viva a la memoria,
que empecé a discurrir de esta manera:
O por el interés o por la gloria
los ingenios se animan. Pero, en suma,
¿qué gloria, qué interés nos da la pluma?
A la verdad que a un mero literato
las letras solas no darán un plato,
no digo de faisanes y compotas,
pero ni aun de sardinas o bellotas.
Si el infeliz no tiene
más facultades que las tres del alma,
ni más caudal que el de sabiduría,
beberá el agua clara de Hipocrene
en vez de chocolate y malvasía.
Alguna burda enjalma
será su lecho blando,
y el cordellate apreciará algún día
como el paño mejor de San Fernando.
Yo nunca he visto, en Dios y en mi conciencia,
las gratificaciones,
los distinguidos puestos, las pensiones
con que en este Madrid se diferencia
el que decora a Tácito y Virgilio
del que masca el Breviario y el concilio.
Veo, sí, con galones, mesa y coche
al que firmar su nombre sabe apenas,
mientras alguno en útiles faenas
a la luz de un candil pasa la noche,
rodeado de Servios y Macrobios,
Vosios, Erasmos, Grevios y Gronovios.
El menor mal del que a estudiar se inclina
es que, olvidando a Cicerón y Horacio,
logre la ocupación de una oficina
y en dos horas farfulle un cartapacio.
Trueque el estudio de artes y de idiomas
por aquellos científicos axiomas:
Con el fiscal, y pase a escribanía.
Pídase informe a la contaduría.
únase al expediente.
Examínese si hay antecedente.
Acúsese el recibo,
y entréguense los autos al archivo.
Con esto un hombre, por lo menos, pasa;
y si tanto le acosa el hado impío,
que, estando el siglo como está, se casa,
socorre a su viuda un montepío;
y de todas maneras, mejor dote
la dará que un poeta un tagarote.
Los tesoros y dádivas que acopia
Amaltea en su bella cornucopia
no alcanzan a los súbditos de Apolo;
no, con laureles se contentan sólo.
Y ¿en qué buena república hay oficio
que a los que le profesan no alimente
y les sirva de fondo vitalicio?
Pero el decoro pide que no rente
al escritor ni un cuarto su ejercicio.
Es arte liberal, noble tarea,
que ningún estipendio,
sino el de aplausos y de honor, codicia.
Bien noble y liberal es la milicia,
y no hay, con todo, general que crea
que de su profesión es vilipendio
acudir muy puntual por su mesada,
aunque deje al morir virgen su espada.
Ello es que en este suelo, en esta era,
la difícil carrera
de las letras humanas nada vale.
Por más que el sabio desprenderse quiera
del oro vil, la cuenta no le sale;
pues tanto como al necio,
de quien él suele hacer alto desprecio,
obliga a su merced la ley precisa
de no vivir sin pan y sin camisa;
Y la Filosofía, que abundante
se ve de ideas y pomposos nombres,
limosna pide al fin, cual vergonzante,
a la Pecunia, reina de los hombres.
¿No la aconsejarán que tenga juicio,
que no sea tan vana y dominante,
y que tome otro oficio
antes que se le den en el Hospicio?
Mas oigo a muchos ya, que me replican
que no todos los doctos son hambrientos,
pues varios hay que a trabajar se aplican
por la fama que adquieren sus talentos.
¡Fama! ¡Sonora voz, con que infinitos
se dejan engañar, creyendo existe!
No la hallará en su vida el que se aliste
entre los matritenses eruditos.
Lo regular será que se malquiste;
que antes que salga su obra de la prensa
ya se la estén mordiendo los malignos;
que le atribuyan cosas que no piensa;
que le apoden con términos indignos,
y las calumnias, réplicas, libelos
sean toda la gloria y recompensa
que creyó merecer con sus desvelos.
-Martirio por la patria se padece.
-Es verdad si la patria lo agradece;
no cuando premia ociosos imperitos.
Muchos e injustos son, y el alboroto
de sus confusos gritos
no nos deja escuchar el cuerdo voto
de este o aquel censor que hace justicia
sin lisonja, sin odio, sin malicia.
Habrá quien al oír tales lamentos
diga: ¡Qué estos señores literatos
siempre hayan de quejarse descontentos!
¿Pretenden, por ventura,
que en premio de sus útiles conatos
les erijan estatuas a docenas,
como lo acostumbró la antigua Atenas?
No siempre el siglo de un Augusto dura,
ni nacen como quiera los Mecenas.
¿Es tal de los poetas la locura,
que aún esperan, no obstante,
que en los teatros el concurso todo,
al escuchar sus versos, se levante
con reverente admiración, al modo
que lo hizo (1) un día la romana gente
cuando unos de Virgilio casualmente
empezó a recitar un comediante?
-No, no aspiran a honor tan soberano.
Sólo piden que un pueblo que dar quiso
cinco mil pesos por un breve instante
en que salió, con superior permiso,
al circo madrileño un feo enano,
llevando a una giganta de la mano
y a otro lado un hombrón medio gigante;
pague una vez quinientos, a lo menos,
por la edición de un par de libros buenos.
Buenos digo, pues malos ya los paga,
y a fe que hay de éstos una egipcia plaga,
mientras que yacen en olvido injusto
algunos pocos que dictó el buen gusto.
Antes de mucho, en las confiterías
nos han de envolver chochos,
o en las botillerías
han de cubrir los cestos de bizcochos
con prosa de Saavedra y de Moncada.
No ha de haber droguería ni botica
en que toda vasija, grande o chica,
no se guarde tapada
con hoja en que esté impreso
El dulce lamentar de dos pastores.
Así se animarán nuevos autores
a imprimir obras que vender al peso.
Pero tú me dirás: Enhorabuena,
no escribas por codicia pecuniaria,
ni tampoco te dé la menor pena
esa maledicencia literaria
que todo, sin examen, lo condena.
Escribe por el póstumo renombre
que tendrás en los siglos venideros,
trabaja sin aplausos ni dineros;
que un día, al fin, te llamarán grande hombre.
Pero, Fabio, ese fruto
¿quién le ha de recoger? ¿Mi calavera?
Y aunque pague honorífico tributo
a mis cenizas la nación entera.
¿Es éste, por ventura, un lenitivo
de los males que paso mientras vivo?
Pregúntale a Cervantes qué provecho
hoy goza como autor de Don Quijote.
Si está muy satisfecho
de que, celosa, una Academia vote
que aquella famosísima novela
se imprima por Ibarra en papel fino
y la encuaderne Sancha en tafilete;
y si esto le consuela
de haber sufrido un mísero destino,
de haber muerto el pobrete
acosado de críticas sangrientas
con que dieron sobre él plumas e imprentas.
Esas glorias tardías
(aun cuando a merecerlas yo llegara)
las trueco todas por pasar mis días
sin que ninguno me eche nada en cara
ni me aflijan satíricas porfías.
El único partido y el más justo,
es renunciar al literario gremio;
no escribir ya por ambición de premio,
no por gloria presente ni futura,
sino por diversión, por mero gusto
y evitando la pública censura.
Desde hoy, sin que la envidia me haga mella,
la vida pasaré quieta y segura.
Desde hoy (pues a la actual literatura
domina aquí tan azarosa estrella)
he de olvidarla, aunque me llamen loco.
Ella en perderme perderá bien poco,
yo pierdo menos en perderla a ella.
De esta manera, Fabio, yo soltaba
la rienda a mis funestos pensamientos,
lastimado de ver cuanto se agrava
el mal de la ignorancia por momentos.
No pude contenerme, y al instante
un gran montón de libros que tenía
sobre mi mesa, trasladé al estante,
donde gocen perpetuas vacaciones
entre arañas polillas y ratones.
A la mano dejé sólo una Guía
de Forasteros, que me avise el día
en que obligado vivo
a revolver legajos de un archivo,
de cuya ocupación más fruto saco
que de ser traductor de Horacio Flaco.
Luego, bajo de llave, a una gaveta
ciertas obrillas mías encomiendo,
de aquel tiempo en que estaba yo creyendo
que no era desatino ser poeta.
Y al sepultarlas en eterno olvido,
las pongo esta inscripción: TIEMPO PERDIDO.
Rasgo después tu carta, porque acaso
los consejos que en ella me has escrito
sobre que me entrometa en el Parnaso,
no me abran algún día el apetito
de hacer sudar, con bien inútil pena,
a los prensistas de mi amigo Mena.
Con tal resolución quedé tranquilo.
Salí de los trabajos de estudiante,
y así, de aquí adelante
dormiré bien y criaré buen quilo,
templaré la acrimonia de la bilis,
dejaré ya que cante
el divino Marón a su Amarilis,
a su Dido, a sus Eneas y a su Turno. 240
No me he de hablar ya más con Robortelo
Muratori, Escalígero y Minturno,
que el arte enseñan del señor de Delo;
y perderé una mano
si más tocare el forro a Quintiliano.
A bien que nada de esto es ya preciso
para hacer mi papel en esta villa.
Yo me engalanaré como un Narciso,
y por dos cuartos tomaré una silla
del paseo del Prado,
desde donde podré muy descansado,
sin abrir libro que me dé jaqueca,
sentencia pronunciar definitiva
contra lo que otro escriba
revolviendo la Regia Biblioteca.
De nuestros comediantes de ambos sexos
aprenderé la lista de memoria,
y aunque digan dislates inconexos,
que hilvanó a toda prisa un mal poeta,
nadie me ganará la palmatoria
en frecuentar los palcos y luneta.
Allí desde hoy con cara de baqueta
oiré, sin tomarme pesadumbres
la desvergüenza pública y notoria
de la escuela (que llaman) de costumbres,
en el siglo (que llaman) ilustrado,
y en una capital de un grande Estado.
No perderé convite ni bureo;
sabré muy por menor cuándo el paseo
de Atocha a San Isidro se transfiere,
cuándo el Retiro al río se prefiere,
cuándo toca al Canal su temporada,
cuándo es a las Delicias la jornada.
No faltaré en café, toros ni ferias,
ni en la Puerta del Sol habrá corrillo
o tienda en que no logre yo cabida.
Iré a tertulias donde las materias
más importantes sean el tresillo,
el mal tiempo, del prójimo la vida,
los talcos y las borlas del peinado;
y en fin, seré un ocioso consumado.
Así me llamarán jovial, sociable,
útil, hábil, político y amable.
Ahora, Fabio, dime si esta fama
llegaré a conseguir, y este sosiego,
después que, avergonzado de ser lego,
muchas horas de cama
hurte para leer cualquier librote
de algún comentador desaforado,
o rascarme la frente y el cogote
buscando consonante a California,
y el verso que me salga mal forjado
treinta veces volver a la bigornia,
como lo dijo Horacio en un tratado
que no construye todo licenciado.
Tú, en fin, aprobarás que yo me exima
de trabajar sin especial influjo
en lo que mucho cuesta y no se estima.
Mi tal cual numen se metió cartujo;
que esta literatura desanima,
persigue, cansa, abate y atropella,
y mi primer dictamen no revoco.
Ella en perderme perderá bien poco,
yo pierdo menos en perderla a ella.
 

Most Reading